Conclusión: respuesta sin pregunta

El colmillo de la esfinge. 

POR José Covo

Febrero 24 2023
.

Y al final… ¿qué queda? ¿De todo esto de vivir…? ¿De tanto responder a la pregunta de lo que es la vida? ¿Qué queda? Pero, ¿qué puede quedar? ¿Qué estaba en el mundo, mientras vivíamos, que pueda permanecer? Los recuerdos… ¿verdad? Nuestro nombre, nuestra progenie, el legado… todas esas falsas inmortalidades… Todas esas mentiras. No queda ni el polvito que levanta nuestra huida hacia el país sin nombre… No quedan ni las cenizas que, con el tiempo, son indistinguibles de cualquier otra tierrita… cualquier sucio como el que barremos en los pisos de nuestras casitas.

Con esta entrada concluyo lo que ha sido esta labor filosófica de un año larguito… El colmillo de la esfinge se cierra sobre sí mismo… Ha respondido de manera suficiente a las condiciones interrogativas que la generaron. Seguiré dando mi versión de las cosas… en otros lados, en más libros… Pero, por lo pronto, respondo a lo que fue esta empresa… Ella misma se responde, como nos respondemos todos a nosotros mismos en la angustia de justificar nuestro lugar entre las cosas del mundo.

¿Y cuál fue la pregunta que abrió esta serie de textos? ¿O cuáles preguntas? Yo creo que es la pregunta por el preguntar mismo… Así, yo creo… porque uno no sabe siempre por qué hace las cosas… el inconsciente funciona como algo exterior a uno. La pregunta por la pregunta… La pregunta “¿qué es una pregunta?”. Y creo que he ofrecido algunas buenas respuestas… Creo que respondí, lo mejor que pude, a esa pregunta… Que es, en realidad, una no-pregunta… Porque no hay, realmente, preguntas… Ni la pregunta por el preguntar. ¡No hay preguntas! No hay… Sin embargo, respondemos… Y, como respondimos, con el vivir, con la felicidad o la desdicha, esa respuesta solo puede ser respuesta frente a una pregunta… Tenemos, por lo tanto, que estar seguros de que hubo una pregunta… Tenemos la necesidad de que la vida sea una pregunta, y la pregunta aparece… proveniente de esa necesidad… de ese egoísmo… y así logramos vivir, y no solo estar aquí, mientras estamos.

Cuando terminamos las cosas… un libro, una columna, la vida misma… surge el significado de lo que esas cosas fueron… surge la respuesta a la condición interrogativa que las produjeron… y esa respuesta es, al mismo tiempo, otra pregunta… en dos sentidos. En uno, cada respuesta es una nueva pregunta… porque siempre queda la posibilidad de volver a responderla… a rectificar la respuesta… a que la respuesta se vuelva insuficiente, o anacrónica, y nos demos cuenta de que no, eso no era… ¡Casi siempre pasa! El Quijote fue una cosa en su momento, y es otra ahora… así con todo. Al mismo tiempo, la respuesta que establece lo que fue la cosa es la pregunta de la pregunta… Al tener respuesta, la pregunta inicial cambia… se vuelve su propia respuesta… de la misma manera que, cuando nos hacemos adultos, nuestra niñez adquiere un cierto sentido… ¡Ya se veía que era escritor! ¡Que era loco…! Y si hubiéramos hecho algo diferente con nuestras vidas, habríamos sido, retrospectivamente, otros niños… ¡Cuánto potencial desperdiciado! ¡Se veía que no iba a servir para nada! Son el mismo niño, pero, frente a uno u otro adulto, terminan siendo niños diferentes.

Empecé como pintor… Así respondía a la pregunta por mi existencia. Estudié artes en el pregrado y me dediqué al color… al color y al sentido del color… a la pregunta por el sentido de los colores. Yo estaba muy enredado en esos años… tenía un dolor terrible en todo el largo de mi vida… No soportaba ser yo mismo. Me drogué hasta el borde de la locura… y aún más allá… Luego estuve entrando y saliendo de clínicas psiquiátricas… En Cómo abrí el mundo cuento lo de las drogas y la locura… En Los laureles del vencido, que sale en junio de este año, cuento lo de las clínicas… El primero es eufórico y delirante, incluso gracioso para algunos… gracioso con ese humor negro que es al mismo tiempo un dolor… El segundo es un nuevo tipo de escritura dentro de lo que llevo… Es triste, sobrio y bonito… y lleno de reflexiones en torno a la derrota, al sentido de la vida sin sentido… al sentimiento religioso que nos mantiene con esperanza incluso cuando nos dicen los psiquiatras que no vamos a servir para nada, que mejor nos dediquemos a cosas manuales, sin ideas… porque las ideas, y todos esos libros de filosofía que nos gusta leer, no van a hacer sino enredarnos más la paranoia… Es un nuevo tipo de libro… de cómo una mente quebrada puede volver a organizarse… lo mejor que puede… y lo que significa eso para la vida, para todas la vidas.

Empecé como pintor… y, a los veintiséis, con dos años de haber salido por última vez de la clínica, me volví escritor… Escribí mi primera novela, Osamentas relampagueantes, que todavía me parece, me perdonan la arrogancia, extraordinaria. Al siguiente año escribí La oquedad de los Brocca… ambas novelas forman un pequeño conjunto… La primera aborda el problema de la realidad exterior… la segunda el de la realidad interior… En esos dos libros ya están todas las preocupaciones que llevo casi una década desarrollando hasta el límite de sus consecuencias. Luego hice una maestría en Estados Unidos… y la tesis de esos estudios fue Cómo abrí el mundo. Empecé un doctorado que no terminé por problemas que luego consignaré… Y me regresé a Cartagena, desde donde escribo hoy esto…

Entonces, ¿qué niño fui? ¿Qué niño es ahora ese que fui? Un niño inquieto… con mil preguntas y mil curiosidades que componen, juntas, la dirección de su vida… Un niño que no estaba tranquilo en el mundo por tener tantas preguntas y por no aceptar nada de lo que querían enseñarle… Él tenía la necesidad de ver él mismo qué eran las cosas… Nadie le podía decir nada, porque solo él podía responderse… Eso muchas veces ha sido visto como arrogancia, y tal vez lo sea… Pero él y yo somos así… Tenemos que ver nosotros mismos para qué es la vida… Arrogancia, tal vez, pero también valentía, si me permiten que lo diga… y, sobre todo, una gran soledad… La misma soledad del loco y del místico… que ven cosas que nadie más ve.

El colmillo de la esfinge fue la posibilidad de hablar sobre esas cosas que veo… Y agradezco mucho a los que me leyeron. Alivia mucho la soledad… sentirse escuchado. Y agradezco a El Malpensante por la confianza… me permitieron siempre decir lo que quisiera.

Con esta entrada termino de responder… por ahora, como siempre que se responde. Las respuestas siempre son respuestas por el momento, y ya… Respondemos porque es la única manera de vivir… Respondemos aun sin haber pregunta que responder… Respondemos para salvarnos de la ausencia de pregunta. Es un acto de creación, la vida… Cada respuesta es un invento. Eso es traumático y al mismo tiempo muy lindo… Saber que la vida es literatura. Es lindo… y el trauma de no saber nada puede ser lindo también… porque todos estamos en lo mismo… Ni tú ni yo sabemos nada… Eso nos hermana más que cualquier cosa. Si queda algo de este trabajo, que sea eso… La humildad de ser ignorantes… y el amor que nos podemos tener entre ignorantes… la compasión. Todos estamos asustados… en vez de asustarnos más los unos a los otros, tengámonos paciencia… Amor. Esa es la respuesta que pongo… El amor no tiene que ser lógicamente consistente para que lo sintamos… No tiene que tener sentido. En este mundo sin sentido por lo menos tenemos eso… Y nos podemos amar aun sin saber lo que es el amor… lo que es la vida. Que este conjunto de textos sea una demostración de mi amor… y que, al leerlo, logremos amar… Eso es todo… Esa es mi respuesta. Ojalá sirva de algo.

 

ACERCA DEL AUTOR


José Covo

Ha publicado las novelas Cómo abrí el mundo (Planeta, 2021), La oquedad de los Brocca (Caín Press, 2016) Osamentas relampagueantes (Caín Press, 2015). A través de su escritura aborda la fragilidad de los conceptos y las fantasías con los que se negocian, entre los miembros de la especie, el problema del estar-aquí. Fue pintor antes de escribir cualquier cosa, soñador lúcido antes de empirista, y cree que el agua le entra al coco desde un adentro más interior.